jueves, 10 de marzo de 2016

A mis cuarenta y pocos (IV)

La pregunta era clara: ¿qué coño está pasando? La respuesta era lo que no estaba claro.

Lo que tienen estos tiempos hiperconectados es que de pronto te tropiezas con el blog de alguien que cometió el tremendo error de conocerte de joven. Sin transición, inadvertidamente, encontré ante mis morros, testificado por escrito, a mayor abundamiento y en ausencia de lucro cesante, a un abogado hecho y derecho donde hace unos años sólo había un jovenzuelo con una guitarra en una mano y el talento desbordándose por la otra, al que llamaré simplemente M. Él, adicto a los sustantivos como es, acostumbra a abreviar los nombres propios así, por lo que supongo que será de su agrado.
Años hacía que no sabía nada de M. Me perdonarán ustedes si no enlazo con el blog, pero desconozco si al señor M le hará alguna gracia. Es muy suyo, en particular con los comentarios. Una leyenda en internet dice que “tienes menos futuro que un comentario sospechoso en el blog del señor M”.
Amén de bienintencionado y positivista, M cuando escribe es un poco moñas. Ha habido algún diabético que ha estado a punto de morir después de leer algún post. Le puede su afán de paz en el mundo, lo que no deja de ser curioso viniendo de un abogado que lee a los clásicos rusos sin parar.
Pero lo que más me sorprendió fue que M comenzó su blog a dos años vista de la “crisis de los cuarenta”. M sabía que iba a tener una crisis a la mencionada edad, exactamente. Y para prepararse o armarse o prevenirse o simplemente para decir “ya os lo dije”, dos años antes empezó a escribir un blog cuya esencia consistió en sentir cómo se avecinaba la crisis, su leve forcejeo con ella y su brillante superación, momento en que le puso punto y final. Y encima amenaza con publicarlo en formato árbol muerto.
Ésa era la excusa. En realidad no era más que una exhibición sin pudor de lo maravillosa y multifuncional que es su familia. Para lo cual, por cierto, no hacía falta el blog en absoluto. Pero cada vez que lo leo, yo miro a la mía. La Reina Madre, El Futbolero, El Troll, La Reina De La Casa y yo mismo, adornados al máximo con nuestras virtudes, empalidecemos junto a la familia de M y exhibimos una bajofuncionalidad de la que, a veces, hasta nos sentimos orgullosos. Por no hablar de lo que empalidece nuestro piso de un solo cuarto de baño y condensaciones al lado de la casa con jardín y estudio para pintora de M.

A La Reina Madre y a mí, en el colmo de nuestra imperfección, la crisis de los cuarenta se nos había olvidado. Se nos pasaron los cuarenta y nadie nos notificó, en tiempo y forma, nada acerca de ello. Hasta que La Reina De La Casa subsanó (y mejoró) el error administrativo, ya que no pasaron muchos días entre que la rizosa protagonizó el estupor por primera vez en su vida y M le puso punto final a su blog. Fue otra coincidencia más. Y fue el momento en el que me pregunté si a mí me estaba llegando la crisis esa, con retraso… también.

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