Vivimos una época tecnológica. Sin embargo para mí no es
sinónimo de inquietante. No tengo ningún problema en general con la tecnología.
Desde los dispositivos móviles hasta los servicios en la nube, pasando por la
Thermomix y la cámara trasera de mi vehículo, para mí todo está bien. Aquello que dicen algunos de que los libros en papel tienen un encanto que no tienen los libros electrónicos me parece una chorrada. Ni
siquiera me da apuro configurar mi móvil para que me ofrezca textos o vídeos según
mis gustos, aunque a veces la respuesta del mismo a veces me asombre al
recordarme automáticamente dónde he aparcado. Y lo único que no uso de todos los adelantos tecnológicos es aquello que no ha despertado mi interés, el internet de las cosas, verbi gratia.
Ningún miedo a priori. Y adoro, casi en la misma medida que
a mi móvil, las ficciones apocalípticas
de un futuro de guerra entre máquinas y humanos. Me entretienen hasta el punto
de que alguna vez me he planteado escribir alguna yo mismo. Por ello, al igual
que sucedió con el episodio Eco Vs. Lee, es algo para mí que no debería
desbordarse más allá de la más elemental curiosidad.
Sin embargo mi móvil se encargó, en los días cercanos, de
destrozar esa frontera. En la aplicación en la que el móvil sugiere “temas para
leer” aparecieron juntos el Universo
25 y un comentario al último robot de Boston
Dynamics.
Universo 25. El nombre me gustó desde el principio,
precisamente porque parece más el título de una de esas novelas de un futuro
apocalíptico que el nombre de un estudio etológico. Cuando finalmente abrí el
artículo para leerlo, debo ser sincero, tuve que buscar primero el significado
de etología.
Aclaradas las dudas, el artículo al principio me fascinó como cualquier novela
de ciencia ficción. Hasta que mi cerebro por fin asumió que aquello era ciencia
a secas, sin el apellido de ficción. Y describía una sociedad cómoda,
abastecida y con las necesidades cubiertas que se iba a la extinción sin más ni
más y por sí misma. Colapsaba sin más motivo aparente que haber llegado al
bienestar. Como padre que se preocupa por las necesidades de sus hijos y por su
futuro y su prosperidad aquello fue una hecatombe. Mis convicciones temblaban
babeantes en algún rincón de mi psique.
No recuerdo bien si fue el mismo día o el siguiente, pero el
móvil, convertido ya en una herramienta de la locura y la destrucción, me
sugirió un interesante enlace a un vídeo de un robot llamado Atlas, quien ya se
había desconectado del cordón umbilical que ataba a sus hermanos robots
anteriores y era capaz de abrir la puerta de su ¿casa? y salir y sobrevivir en
un mundo exterior nevado y hostil. Y a nadie puede extrañarle que el robot haga
tal cosa, ya que el vídeo documentaba vejaciones y un ambiente laboral
claramente hostil.
Mi mente, malformada por tanta ciencia-ficción destructiva,
en el primer vistazo a este vídeo, vio esto.
Y sobre todo cuando accedí al enlace “Creyeron
que no existiríamos” que en la propia página sugerían para compaginar con
el visionado del vídeo.
*
Mézclense todas las informaciones, suavemente pero con
firmeza, en una persona cuyas inseguridades han ido creciendo desde que un ser
vivo –demasiado vivo, si quieren saber mi opinión– con rizos danzarines se vio
traumatizado al descubrir mi edad…
Puto móvil.
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