Recogí a la Reina De La Casa del cole como habitualmente, yo
cansado ya y ella dando botes de alegría. Me contagia su alegría siempre, pero
junto con su alegría no suele transmitirme su energía. Se ve que su energía ni
se crea ni se destruye ni se presta, únicamente se transforma en un bucle
continuo de rizos, parloteos y canciones en reproducción aleatoria continua sin
tiempo a tomar aire siquiera. Lo cierto es que hoy me hubiese venido bien que
me prestara algo, un poquito, una pizca apenas, de ese torrente energético que
parecía desperdiciarse detrás del impulso de cada bote.
Hoy, aprendiendo a contar, una profesora de prácticas que
aún no ha terminado sus estudios universitarios, les enseñó una canción en la
que se cantaba la edad de cada uno. Con los niños y niñas la canción se acababa
pronto, en el cuatro. La canción tuvo más éxito, y mucha más duración, con la
edad de la profesora de prácticas. ¡Hasta el veintiuno! ¡Hala, hasta el
veintiuno! Exclamaron todos y se pusieron a cantar, saltándose el orden y
omitiendo números, del uno al veintiuno durante largos minutos.
La Reina De La Casa todavía estaba emocionada y en cuanto me
vio se puso a explicarme con pelos –muchos pelos, todos rizados y saltarines– y
señales la canción, los números, los saltos, los bailes… Tuvo que ser una clase
épica llena de derroche energético. Qué envidia. La explicación se extendió
mientras la recogía, le ponía el abrigo, le arreglaba la ropa, cruzábamos el
pasillo y la puerta y el jardín y la cancela, llegábamos al coche aparcado, se
sentaba y le ponía el cinturón. Mientras yo me sentaba al volante, se debió de
dar cuenta de que lo mejor era un ejemplo:
–A ver Papá –dijo, en plena vorágine– ¿tú cuántos años
tienes?
–Cuarenta y dos, hija.
–¡Hala! –exclamó. Y todas sus explicaciones, sus canciones,
su barullo de palabras y hasta sus rizos se quedaron quietos.
Su energía ni se crea ni se destruye ni se presta, hasta que
la dejas patidifusa. Entonces se le va por el desagüe de una respuesta que,
vete tú a saber por qué, cacho viejo, no se esperaba.
*
La Reina De La Casa me remató un día ya de por sí agotador.
Con su cara inédita de sorpresa apenas encontré fuerzas para arrancar el coche
y volver a la rutina, adorada rutina que mantiene a la familia en
funcionamiento a pesar de todo.
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