La conclusión final, por si alguien no se había dado cuenta,
es que todo cambia y ante el cambio hay que saber mantener el foco. A lo que
alguien podría decir que si lo podía resumir en una frase, para qué me enredo
en tantos posts.
No te digo yo que no. Pero aquí va otro post, por si acaso.
Hace poco estaba la manada jugando. El Futbolero tenía
examen al día siguiente, pero estaba tan bien preparado el juego que me dio
pena ponerle a estudiar de inmediato. Yo acababa de superar mi “crisis de los
cuarenta”, se suponía que estaba en paz conmigo mismo, que todo tenía sentido.
Y la alegría de la manada sólo era comparable al ruido que emitían: El Troll
era un indio y había pasado las mangas del jersey del pijama por las piernas
para hacerse el disfraz; El Futbolero era un zombi y tenía un arma de diamante;
finalmente La Reina De La Casa era una princesa (of course!) y tenía la única espada
de oro que podía acabar con el zombi. La princesa debía acabar con el zombi,
claro, pero a la vez debía vencer el miedo irrefrenable que sentía hacia el
zombi, tarea en la que le ayudaba el indio. He visto películas con menos
argumento.
Así que, en lugar de sacar a El Futbolero del juego, me metí
en la cocina para ir adelantando con la cena. Cocinar me gusta, entre otras
cosas, porque te deja tiempo para terminar pensamientos que has empezado antes.
Y tanta felicidad rodando por los pasillos de la casa (y enciendo todas las
luces, por lo visto los zombis tienen un miedo terrible a la luz) me hizo recordar
algunos de los mejores momentos de los allí jugantes.
¿Os preguntáis por qué El Futbolero recibe ese sobrenombre? Seguro
que os lo preguntáis, soy muy críptico cuando elijo los sobrenombres. Pues
viene de lejos, aunque yo todavía tengo muy vívido el día que lo fui a recoger
a la guardería y, con sus tres años recién cumplidos, me espetó:
–Papá, yo soy del Barça.
Cuantos me conocen saben lo absolutamente nada que me
importa el fútbol. Pero que dijera tal cosa un mico que nunca jamás había visto
en la tele algo que se pareciera a un jugador de fútbol y que ni siquiera tenía
balón de fútbol entre sus juguetes, sólo se merecía una pregunta:
–¿Y tú sabes qué es eso?
–No, pero yo soy del Barça.
Y tan contento. La culpa de esto la tuvo su amigo El Chano
(paradoja: El Chano a día de hoy es más del Real Madrid que su padre…). Y cada
vez que ambos se juntaban, sólo se podía jugar, hablar y respirar fútbol. Hasta
su profesora lo dijo: nunca en su clase el fútbol había tenido tanta presencia.
Pensé que en un ambiente como el de nuestra casa, donde el fútbol no se
menciona ni para despreciarlo, se le pasaría pronto, como el sarampión. Pero
muy equivocado estaba. A día de hoy, cada vez que me cruzo con él por los
pasillos, me hace un caño con un balón imaginario; en cuanto su cuerpo se
levanta de algún sitio, se siente obligado a fintar y tirar a gol; cualquier
objeto que se encuentre por el suelo vale como balón, no tiene que ser ni
redondo… Sin ir más lejos, en el juego de aquella tarde, de vez en cuando se
escuchaba al zombi gritar ¡gol!
Ahí estaba yo con mis recuerdos, terminando la cena, cuando
se abrió la puerta de golpe. El Futbolero tenía algo importante que decirme.
–Papá, por cierto, ya sé qué quiero por mi cumpleaños: ¡un
balón de baloncesto!
Mantén el foco, mantén el foco, mantén el foco…